7 de febrero de 2017
Las generalizaciones del efecto Trump sobre América Latina y el Caribe
Una reflexión sobre el Efecto Trump por Xiomara Romero
Xiomara Lorena Romero Pérez (07/02/2017)
Hasta el momento, la mayoría de notas periodísticas y de análisis políticos sobre las consecuencias que la llegada de Trump a la Casa Blanca tiene para América Latina encienden alarmas sobre lo perjudicial que el cambio de gobierno de los Estados Unidos es para región. Sin embargo, si analizamos con detalle los hechos y dejamos a un lado la prospectiva habría que mesurar las generalizaciones con que se explican las acciones de Trump contra América Latina y el Caribe, además, habría que traer a sus reales proporciones las reacciones de los Estados latinoamericanos.
¿Impactos para la región o para países en específico?
Principalmente 4 temas de la campaña presidencial del Trump, hoy electo, generan zozobra para los países de América Latina y el Caribe: migración, comercio, diplomacia y cooperación internacional, todos ellos con consecuencias sobre la garantía y protección de los derechos humanos. En sus primeros días como Presidente y en consonancia con sus propuestas, las medidas impulsadas por Trump han afectado directamente a un país de la región, México, e indirectamente y por otra vía, a Perú, a Chile y al mismo México.
En principio, México es el país latinoamericano más perjudicado desde la llegada de Trump al poder. Primero, con la aprobación de un decreto que pone en marcha la construcción de un muro para separar los dos países bajo la advertencia de que Estados Unidos buscará que los mexicanos paguen por sus costos, luego, desde el ángulo diplomático, con la cancelación de la visita oficial del presidente mexicano a los Estados Unidos. De otra parte, nuevamente México junto con Perú y con Chile se han visto indirectamente perjudicados (indirectamente por cuanto no es una medida adoptada contra esos países en específico), puesto que Estados Unidos emitió una orden ejecutiva para no ratificar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica.
En relación con otros países de la región que posiblemente se verán afectados de manera directa con la presidencia de Trump se especula sobre Cuba, Venezuela, Colombia y, de nuevo, México. Respecto de Cuba, se cuestiona el avance de la normalización de las relaciones entre los dos países pues en distintas oportunidades Trump ha manifestado que para mantener ese proceso requerirá que el gobierno cubano garantice la libertad religiosa, la libertad política y que los presos políticos sean liberados. En el caso de Venezuela se debate hasta dónde llegará Trump para buscar una transición negociada a la democracia de ese país. En lo que concierne a Colombia, el temor con la nueva administración estadounidense es que la cooperación destinada a la lucha contra el narcotráfico y a la implementación de los acuerdos de paz con las FARC se reduzca sensiblemente. Por último, México podría verse de nuevo golpeado si Trump hace efectiva su intención de revisar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte buscando más protección y beneficios para los Estados Unidos.
Hasta el momento la administración Trump no ha dado a conocer ninguna otra medida ya sea concreta o general que afecte directa o indirectamente otro país de la región. Esto no significa por supuesto que otras medidas promovidas por el presidente de los Estados Unidos no puedan afectar a la región o a ciertos países en particular en un futuro. Se insiste entonces en que al día de hoy, salvo el caso de Cuba, ninguno de los otros 12 países insulares han generado comentarios del mandatario de los Estados Unidos, lo mismo sucede con los restantes países de Centroamérica, a la excepción de México, y con todos los países de Suramérica. Las preguntas que surgen entonces es si las medidas de Trump contra México se deben tomar como una afrenta a la región y, de manera más amplia, si Trump está realmente atacando o generando un perjuicio a América Latina y el Caribe.
Con Trump América Latina y el Caribe no se acaban pero están llamados a transformarse
Existen dos formas de dar respuesta a las preguntas que planteamos, una negativa y una positiva. La respuesta negativa, que implica considerar que las medidas promovidas por Trump no están dirigidas contra la región en general, podría a su vez ser presentada de dos maneras. La primera manera lleva a adoptar una postura pragmáticamente más fácil, cerrando los ojos antes las medidas adoptadas bajo el entendido de que cada Estado debe defenderse como pueda, pues al fin y al cabo, incluso desde antes de entrar al tratado de Libre Comercio de América del Norte, México había dejado de identificarse como un país latinoamericano. Una segunda manera de asumir la respuesta negativa, podría inspirarse en algunas declaraciones del Presidente de Ecuador, Rafael Correa, según las cuales la política impulsada por Trump no perjudica a América Latina y el Caribe sino que, al contrario, los fortalece. Lo acertado de estas apreciaciones comienza a verse, de un lado, en el propio caso mexicano, en donde por primera vez desde que inició su mandato el Presidente Peña Nieto se ve rodeado del apoyo de los partidos políticos y de la población. Así mismo, organizaciones regionales como la OEA, la CELAC y la UNASUR han mostrado su solidaridad con México, su preocupación por el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y los países de América Latina y el Caribe, y su interés en reactivar la integración de los países de la región. La reacción individual de los países latinoamericanos ha sido, sin embargo, un poco más tímida. Sobresalen, por ejemplo, las declaraciones del Presidente boliviano, Evo Morales, quien se ha opuesto abiertamente a la construcción del muro entre México y Estados Unidos y se ha mostrado partidario de políticas migratorias con estricto respeto de los derechos humanos, incluso encaminadas hacia la búsqueda de la ciudadanía universal.
La respuesta positiva, es decir, aceptar abiertamente que las primeras políticas de Trump que afectan a México tienen una proyección en toda la región y que en consecuencia se está perjudicando a todos sus países, si bien no debe ser descartada, exige el desarrollo de una mejor argumentación. En efecto, considero que no se puede simplemente sostener que no queremos que migrantes ilegales sean devueltos de Estados Unidos a nuestros países porque éstos no están preparados para un retorno masivo; y tampoco podemos rechazar el muro entre Estados Unidos y México sosteniendo como único argumento que los migrantes por razones económicas o los traficantes encontrarán otras formas para ingresar a los Estados Unidos.
Se requieren entonces buenos argumentos para dar fundamento al rechazo de la región a las políticas de Trump. Uno de los argumentos más oportuno, en el caso de América Latina y el Caribe, sería, desde mi punto de vista, rechazar en bloque la representatividad que tienen las decisiones de Trump en tanto mandatario de un país líder del continente. Desde esta perspectiva es más claro comprender que se está en contra de la construcción de un muro físico porque eso proyecta, primero, división, ruptura y discriminación entre los Estados y sus pueblos; segundo, incapacidad para generar políticas publicas fronterizas comunes y para generar soluciones profundas a problemas conjuntos como el tráfico de drogas, de personas y de mercancías; y, tercero, malgasto de preciados recursos económicos y humanos que podrían utilizarse en sectores estratégicos de desarrollo para la región. De otra parte, la adopción de políticas de migración rígidas en Estados Unidos está provocando que en países de la región como Argentina se reproduzcan estas medias y que en otros como Chile se presenten este tipo de medidas como una bandera de la campaña electoral presidencial en curso. Así mismo, privilegiar acuerdos bilaterales que primen sobre los multilaterales, como lo defiende Trump, pone en riesgo los distintos esfuerzos realizados para lograr una mayor integración regional. Finalmente, la propensión de tensiones diplomáticas, como estrategia de comunicación de los Estados Unidos hacia México, provoca que se interprete como legítimo la utilización de la fuerza o de la presión por encima de las soluciones pacíficas, como el diálogo. Por consiguiente, es claro que con Trump América Latina y el Caribe no se acaban pero la pregunta que vale la pena hacerse es en qué van a transformarse…
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El impacto Trump sobre América Latina y el Caribe se ha generalizado intentando mostrar mediante análisis prospectivos, incluso especulativos, cómo las posibles medidas de Estados Unidos contra México se podrían extender al resto de la región y cómo otros países latinoamericanos podrían verse afectados con futuras medidas implementadas por el nuevo Presidente. En otras palabras, aun cuando se pretende generalizar los efectos de las primeras medidas de Trump para toda la región, se cae en la trampa de volver analizar caso por caso. Quizá por esta razón las reflexiones que se han formulado sobre el efecto Trump en la región son repetitivas y no han conseguido el eco suficiente para que todos los países de la región se perciban como afectados. En este punto sería más acertado, primero, construir argumentos basados en la vulneración de principios y normas de derecho internacional que permitan analizan de manera más acertada las medidas que Estados Unidos adopte frente a los países de la región; segundo, no esperar necesariamente a que las medidas de Trump afecten a un país de América Latina y el Caribe para reaccionar como región ya que los Estados latinoamericanos también están llamados a desempeñar un papel regional dentro de la comunidad internacional frente a lo que ocurre en otras regiones del globo; y, tercero, comprender que como país líder del continente, las decisiones de los Estados Unidos tienen un impacto en la construcción de normas y políticas publicas internas de los Estados latinoamericanos, por lo que, en especial, la sociedad civil y los medios deben estar atentos a una vulneración y/o retroceso en materia de protección y garantía de los derechos humanos para denunciarla.